LA CUMBRE COP30 Y LAS DIVISIONES

LA CUMBRE COP30 Y LAS DIVISIONES

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), celebrada del 10 al 21 de noviembre de 2025 en Belém, Brasil, reunió a más de 56.000 delegados de 195 países en el corazón de la Amazonia. Bajo la presidencia de André Corrêa do Lago, nombrado por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, la cumbre buscó avanzar en la limitación del calentamiento global a 1,5°C, la presentación de nuevos planes nacionales y el cumplimiento de compromisos financieros de la COP29. Sin embargo, el evento se vio marcado por tensiones logísticas y profundas divisiones geopolíticas.

Las fracturas más evidentes giraron en torno a la transición de los combustibles fósiles. Más de 80 naciones, incluyendo Colombia, la Unión Europea y varios países africanos y asiáticos, exigieron un «hoja de ruta» concreta para abandonar el carbón, el petróleo y el gas, culpando a los emisores históricos de la crisis climática. «Necesitamos un plan vinculante para la justicia climática», declaró un delegado colombiano durante las protestas. En contraste, productores clave como Arabia Saudita, Rusia e India bloquearon estas propuestas. Un delegado saudí resumió la postura: «Nosotros creamos la política energética en nuestra capital, no en la suya». Rusia vetó intentos de consenso, mientras India argumentó que carece de fondos para invertir en renovables sin comprometer su desarrollo. Países en desarrollo, como muchos africanos, se unieron al rechazo por temor a perder inversiones extranjeras en transición energética, exacerbando el choque entre naciones ricas y pobres.

Otras fricciones incluyeron la financiación para adaptación: aunque se acordó triplicar los fondos a 2030 (pospuesto de 2025), el texto final diluyó compromisos concretos, dejando a los vulnerables insatisfechos. La inclusión del comercio global —como el impuesto de la UE a importaciones de alto carbono— generó críticas de China e India por considerarlo «injusto». El borrador inicial mencionaba una hoja de ruta para fósiles, pero el texto final la omitió por completo, provocando la suspensión temporal de la sesión de cierre y manifestaciones con máscaras de gas.

A pesar de 29 acuerdos, como diálogos sobre comercio y compensación de 130.000 toneladas de CO₂, la COP30 se percibió como un «barco a la deriva», con avances simbólicos en deforestación y energías limpias, pero sin ambición suficiente.

En este panorama, EE.UU. y China emergieron como actores definitorios, aunque ausentes. EE.UU., bajo Donald Trump, boicoteó la cumbre, iniciando la salida del Acuerdo de París y alentando a aliados como Rusia a resistir la fase-out de fósiles. Esta ausencia fortaleció posiciones pro-petróleo, pero generó una delegación alternativa liderada por el gobernador de California, Gavin Newsom, representando a 24 estados progresistas. China, por su parte, mantuvo un perfil bajo políticamente, priorizando acuerdos comerciales en solar —donde domina el mercado— sobre retórica climática. Su enfoque pragmático en «ganar dinero en el mundo real» diluyó presiones a productores fósiles, pero impulsó avances en renovables. Ambos gigantes ilustran cómo el poder económico moldea el clima: EE.UU. como freno ideológico y China como acelerador selectivo. Para COP31 en Turquía, su alineación será clave.

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